Este blog pretende ser un espacio abierto para temas teológicos, filosóficos, liricos y otros relacionados. Una ventana por la cual miro el mundo.


martes, 11 de enero de 2011

Facundo

No íbamos a hacer más compras esa tarde. Ya habíamos ocupado la cuota de consumismo diaria y estábamos cansadas. Pero de la nada surgieron unos seres amorosos y a un bajo costo. Eran peluches; peluches de segunda mano.

Con mucho ahínco entramos a la tienda, que por el olor supe que no era la primera en tener todo lo que ahí estaba. Habían varios peluches; grandes, chicos, feos, bonitos, rasgados, enteros, muy simpáticos algunos, otros extraños, minusválidos, despreciados, olvidados.

Buscábamos los más tiernos y bonitos, aquellos que se encajaban con el básico, universal y casi tiránico concepto de belleza. Los buscamos rápido, como si fueran a huir de nosotras, como si no estuvieran desesperados porque los sacásemos luego de allí, del rincón de los ‘sin valor’, de la esquina de los ‘váyanse luego y déjennos aunque sea una mínima ganancia’. El que primero encontré fue un pulpo, me cayó bien, era reservado y conservador, pero con ideas locas y una personalidad definida. Seguí buscando en el saco de los olvidados, y de pronto aparece él. Facundo.

Facundo se presentaba en forma pequeña, estaba maltratado, sucio, de edad media, chascón; rendido en cierta medida a la suerte, manoseado, ignorado. La tristeza poco significaba para el, más bien estaba resignado; resignado y en silencio. Sin embargo, en su silencio el hacía honor a su nombre y se expresaba en forma clara, simple, transparente. No era necesario ver sus ojos (ocultos por su estropeado pelo) para saber quién era y qué sentía: Era el olvidado, el ignorado, el que no se encajaba en la rápida cultura actual, el pasado de moda, el rechazado, abandonado.

Su simpleza y ‘anti belleza’ fue lo que me encantó. Lo quise al instante, lo tomé y no lo solté más; intentando brindarle calor, cariño, amistad.

Con mucho cariño lo traje a casa. Pienso que el hecho de traerlo conmigo no fue un acto de misericordia, sino de justicia. Ya no debía continuar ahí, no podía, pues se perdía entre los seres ordinarios, comunes, baratos, feos de alma.

Llegó anónimo y ahora es Facundo, el ‘elocuente’; el que se expresa claramente solo con ser, el que trascendió el burdo concepto tiránico de belleza y ternura. Ser es mejor que parecer, siempre lo ha sido y siempre lo será. Valió para Facundo; vale para nosotros.

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